Mudar la piel
Hay un cambio que es progresivo. Que aparece como un malestar, una fiebre. Un cambio que se produce lentamente, sin darnos cuenta, hasta que un día nos descubrimos diferentes. Un poco menos nosotros, un poco más otro. No mejor. Tampoco peor. "Simplemente: ya no hago esas cosa que hacía antes o las hago de otra manera".
Vivimos en una era que ya no se contenta con transformar nuestras costumbres: pretende reconfigurar nuestras estructuras internas. Y ese proceso de "reinventarse" no viene solo. Se presenta como "avance". Un avance sin tregua, sin pausa, que podría hacer temblar a Homer Simpson diciendo: "¿Por qué cambiar? ¡Yo estoy bien como estoy!"¹. El progreso es ese tren que avanza arrasando todo a su paso, mientras el ángel de la historia mira hacia atrás viendo los escombros amontonarse.²
La pregunta no es si vamos a cambiar. La pregunta es si vamos a tener algo que decir sobre ese cambio. Ahora más que nunca el medio es el mensaje.³
Hay quien prefiere dejarse llevar por el impulso del algoritmo. Otros, en cambio, piensan que la herramienta nunca es inocente, pero tampoco nos debe hacer sentir culpables. La mano necesita herramientas para realizar su obra.⁴ La pregunta está en qué tipo de herramientas queremos utilizar para diseñar y, más importante aún, qué tipo de herramientas nos están diseñando a nosotros.
Diseñar no es solo dar forma a objetos. Diseñar es dar forma a nuestra relación con el mundo. Si ponemos en nuestras manos un martillo, veremos clavos por todas partes. Si diseñamos un mundo de pantallas, es probable que nuestras emociones empiecen a comportarse como notificaciones emergentes.
Y a golpe de "bip" y de esos ritmos inesperados seguimos, a día de hoy, bailando. El cuerpo que danza, no lo hace solo para exteriorizar su realidad. Ni siquiera para interpretarla. Danza para recordar que hay una mano que tiembla, un cuerpo que respira, un tiempo que se arruga. Baila para inventar un movimiento que no necesita ser compartido ni comentado. Un cuerpo que no quiere convencer, sino resistir.
Resistir al imperio de la velocidad. Al feudalismo digital del que habla Žižek, donde las grandes corporaciones ejercen un poder simbólico que organiza nuestro deseo⁵. Resistir a la idea de que solo existe lo que se puede medir, almacenar y analizar. Resistir al último packaging "supercool" que envuelve el contenido de siempre, que no cambia, pero que tenemos que rediseñar para aparentar que sí.
Porque lo sabemos bien: el diseño es esa piel que da forma a nuestros deseos. El líquido sigue siendo el mismo, pero el envase puede convertirlo en una roca que tengo y debo consumir para sentirme vivo. Lo que tenemos en la mano, diría Bruno Latour, no es un accesorio: es parte de lo que somos.⁶ El diseño no es superficial; es superficie. Y la superficie es lo primero que toca la mano.
Por eso, en vez de preguntar si estas nuevas herramientas son buenas o malas, quizá deberíamos preguntarnos qué tipo de relaciones producen. Si nos hacen pensar o simplemente nos manipulan para ser más productivos. Si nos ayudan a hablar o si nos imponen un lenguaje prefabricado.
Haraway hablaba del cyborg como una figura de hibridación: un cuerpo que no distingue entre lo biológico y lo artificial.⁷ Hoy todos somos un poco cyborgs. No porque llevemos chips implantados, sino porque nuestras emociones, decisiones y hasta nuestra identidad se construyen en diálogo constante con nuestras herramientas. Somos dispositivos que diseñan y que son diseñados.
¿Y qué hacer con eso? Diseñar los objetos que queremos que nos diseñen. Empezar por imaginar lo que aún no se puede imaginar. Usar el diseño como una forma de autoconocimiento, como una geografía de lo que todavía no somos. No para controlarlo todo, sino para dejar espacio a lo imprevisible. Para dejar que emerja lo humano entre tanta "ciencia de lo artificial".
Como decía Paul B. Preciado, se trata de una mutación subjetiva.⁸ No de mejorar, sino de mutar. De aprender a vivir en un mundo que no se detiene, sin perder la capacidad de mirar una piedra y seguir viéndola como un misterio.
No tenemos todas las respuestas. Pero tenemos preguntas. Y a veces, una buena pregunta es mejor que una mala solución.
Así que seguiremos bailando. Diseñando. Pensando. No para adaptarnos a la velocidad, sino para inventar nuestros propios ritmos. No para complacer a las máquinas, sino para recordar que hay cosas que no se pueden programar.
Por lo visto hay que readaptarse. Pero no de vestuario como quien cambia de camiseta. Sino de piel para alterar la forma de estar en el mundo.
Como quien se diseña a sí mismo.
Una y otra vez.
¹ Homer Simpson en el episodio "Homer vs. Patty and Selma". Frase adaptada con fines ilustrativos.
² Walter Benjamin, "Tesis sobre la filosofía de la historia", en Iluminaciones, Editorial Taurus.
³ Marshall McLuhan, "Understanding Media: The Extensions of Man", 1964. Idea central sobre cómo el medio condiciona más que el contenido que transmite.
⁴ Martin Heidegger, "Ser y tiempo", 1927. Sobre la relación entre la mano, la herramienta y el mundo.
⁵ Slavoj Žižek, "La incontinencia del vacío", Editorial Anagrama, 2017. Sobre el feudalismo digital y el poder simbólico de las corporaciones.
⁶ Bruno Latour, "Nunca fuimos modernos", La Découverte, 1991. Sobre la relación entre los objetos, los humanos y las redes de agencia.
⁷ Donna Haraway, "A Cyborg Manifesto", 1985. Sobre el cyborg como metáfora de la hibridación y la subversión de límites entre humano, máquina y animal.
⁸ Paul B. Preciado, "Testo Yonqui", Editorial Espasa, 2008. Sobre el cuerpo como campo de experimentación política y la subjetividad como proceso de mutación.