Figurar mundos
¿Puede un mundo ser figurado sin antes haberlo imaginado? Haraway diría que no[1]. Figurar mundos no comienza con un lápiz para establecer un diálogo entre ojo, mente y cuerpo. Ni tampoco captar la presencia, ni la energía viva de lo que se observa[2]. Antes de eso hay que pensar si es posible cambiar lo que uno está viendo. Y tanto si es, como si no es posible, se puede imaginar. De ahí que cuando pienso en diseño, mi trabajo se orienta hacia lo pictórico para liberarlo de su función. No me interesa la solución. Me interesa el problema.
La idea de lo pictórico es seguir problematizando el problema. Como una forma de pensamiento que incomoda más que resuelve, y que genera preguntas en vez de respuestas.
Mi enfoque del diseño no está dirigido a resolver conflictos, sino a generarlos y a dejarse enredar. En oposición a los estándares tecnológicos predominantes, prefiero figurar mundos como quien pinta con los ojos semicerrados. Aprendí esto en la facultad de Bellas Artes, cuando Mauri, mi profesor de dibujo nos pedía entrecerrar los ojos y mirar a través de las pestañas. Desviar así el enfoque para trabajar desde la sombra e imaginar otros mundos que han sido sepultados por el elogio de lo que brilla. Tanizaki se preguntaba cómo la cultura japonesa habría diseñado el inodoro, la arquitectura, el papel, la tinta o el oro, si no hubiese sido colonizada estética y tecnológicamente por Occidente[3].
Hay en todo esto algo que hace que me incline hacia la pintura. Y es aquí, en el gesto de inclinarme donde he marcado el terreno para empezar a moverme. Sin llegar nunca. No se trata de llegar, sino de quedarse en esa zona intermedia entre el diseño y lo pictórico. Un lugar desde el cual pueda crear sin perseguir la función, sin necesidad de ofrecer respuestas. Aquí el diseño deja de ser herramienta y se convierte en gesto: una superficie que sugiere, que piensa, que incomoda. Como decía Paul Klee[4], no se trata de hacer visible lo invisible, sino simplemente de hacer visible. Sin expectativas. Sin rendir cuentas. La obra “La Pluie (projet pour un texte)” (La lluvia – proyecto para un texto, 1969) de Marcel Broodthaers desplaza el acto poético del texto al gesto imposible de escribir bajo la lluvia[5]. Lo que debería ser un poema se transforma en una coreografía de fracaso.
Algunos de los que especulan con el diseño[6] proponen usarlo como ficción para pensar futuros posibles. Pero yo prefiero pensar en mundos presentes. En esos que se bifurcan entre la sombra y resisten los destellos.
Cuando Haraway habla de "figurar mundos" lo hace desde una ontología relacional[7]: somos red, no esencia. Somos vínculos, no identidades. Figurar mundos desde el diseño, entonces, implica abandonar la idea del diseñador como solucionador de problemas y asumir la figura del diseñador como médium: alguien que capta lo que aún está por hacer pero que pide forma. Y a veces esa forma llega torcida o se va torciendo por el camino. Es una anatomía sin destino. Un buen ejemplo lo ofrece la película Holy Motors de Leos Carax, donde el protagonista se transforma continuamente en personajes absurdos, grotescos o líricos, sin una finalidad clara ni una lógica funcional. Es un actor sin público, un performer sin guion cerrado. Se mueve por la ciudad como un médium, habitando zonas intermedias entre la representación y la experiencia directa. No soluciona nada; solo encarna mundos posibles desde lo deforme, lo extraño, lo discontinuo[8].
Freud no estuvo acertado cuando decía que la anatomía es el destino[9]. Hoy sabemos que el destino no está escrito en la carne, sino en la manera en que el lenguaje nos atraviesa. Y en el diseño, el lenguaje visual también impone sus órdenes: lo plano, lo legible, lo funcional, etc. Pero si revertimos esto, el diseño nos puede llevar justo al borde, donde las formas pierden claridad y el lenguaje ya no responde del todo. No siempre entiendo lo que hago ahí, pero es justo ese desajuste el que me resulta interesante.
En ese incómodo lugar es donde se hace hueco el dibujo. "Blue Blue, electric blue" como dice Bowie[10]. Figurar mundos es también permitir que se nos tiña el espacio, la mente y el trazo con esos colores inciertos que aún no sabemos interpretar del todo.
El brillo deslumbra y en ocasiones no deja ver. Por eso intento dibujar con los ojos cerrados. Intento afinar el oído ante la vibración del color. Intento dejar que las líneas se doblen, se retuerzan, se enreden. Porque a veces, cuando menos se ve, es cuando más sensación tiene uno de saber donde está colocado.
Al final, más que aclarar algo, todo esto es un intento por mirar de otra manera lo que ya está ahí. Dibujar, en el fondo, se parece bastante a buscar las llaves sabiendo que probablemente están justo donde no has mirado. Y como decía Woody Allen, El 80 % del éxito en la vida consiste en simplemente estar presente[11].
[1] Donna Haraway, Staying with the Trouble: Making Kin in the Chthulucene, Duke University Press, 2016.
[2] John Berger, Ways of Seeing, Penguin Books, 1972. En este libro, Berger plantea que el dibujo es una forma de conocer el mundo y no solo de representarlo.
[3] Junichiro Tanizaki, El elogio de la sombra (1933). En este ensayo, Tanizaki reflexiona sobre la estética tradicional japonesa y cómo la penumbra y los matices sutiles dan forma a una sensibilidad visual distinta a la occidental, basada en la opacidad, el desgaste y la sombra como valores estéticos.
[4] Paul Klee, Schöpferische Konfession (Confesión creadora), 1920.
[5] Marcel Broodthaers, La Pluie (projet pour un texte) (La lluvia – proyecto para un texto, 1969). En esta obra, Broodthaers intenta escribir bajo la lluvia, transformando la escritura en gesto poético imposible y subrayando los límites del lenguaje frente a la materia y la contingencia.
[6] Anthony Dunne y Fiona Raby, Speculative Everything: Design, Fiction, and Social Dreaming, MIT Press, 2013.
[7] Donna Haraway, Staying with the Trouble, op. cit.
[8] Holy Motors, dirigida por Leos Carax, 2012. La película funciona como una metáfora visual de la creación sin función clara, donde el protagonista encarna figuras discontinuas y sin objetivo evidente, desbordando toda narrativa funcional.
[9] Sigmund Freud, citado ampliamente en debates sobre psicoanálisis y determinismo biológico.
[10] David Bowie, Sound and Vision, del álbum Low (1977). La frase "blue, blue, electric blue, that’s the colour of my room where I will live" sugiere un espacio interior teñido de una percepción emocional, ambigua y suspendida, que puede interpretarse como metáfora del proceso creativo que no busca claridad sino habitar lo incierto.
[11] Woody Allen, Seventy Percent of Success Is Showing Up, frase recogida en múltiples entrevistas y publicaciones desde los años 80. La cita "El 80 % del éxito en la vida consiste en simplemente estar presente" refleja su estilo directo y autocrítico, con una ironía que apunta a la banalidad del esfuerzo y la teatralidad del éxito.