No me fío de nadie que publica dos o tres posts a la semana por sistema.
Eso no es constancia, es obediencia. Es bailar sin ganas.
El trabajo serio no tiene una cadencia exacta. No acaba justo el día de publicar para contentar al algoritmo y mantener el cuerpo visible.
La risa prolongada produce dolor abdominal, descomposición intestinal y, desafortunadamente, sale —como grifo abierto— la cantidad de posts-chorras que colapsan las redes.
Y todo ello contribuye a estructurar nuestros hábitos.
Ese gesto automático es la nueva forma del deseo.
El placer de deslizar sin llegar a nada. Podríamos llamarlo repetición; o pulsión sin freno. O simplemente diseño.
Porque este gesto no nació de la nada: alguien lo diseñó.
Cada gesto cotidiano —el scroll, el swipe, el doble toque— es una decisión estética convertida en hábito psíquico. Las redes no solo muestran contenidos: moldean conductas.
Vilém Flusser lo advirtió hace décadas: las herramientas que fabricamos acaban reescribiendo nuestra mente¹.
El scroll infinito es el gran invento del siglo: un mecanismo de deseo perpetuo. No promete placer, sino su posposición. Es el sexo sin previos, la comida con prisas, el arte sin pausa. Nos hemos acostumbrado a tragar.
Y el diseñador, yo entre ellos —los que deberíamos pensar, detenernos, cuestionar—, también hemos caído en el juego. Alimentamos la máquina en lugar de desafiarla.
Publicamos para existir.
Producimos para no desaparecer del radar del algoritmo.
Nos hemos convertido en cómplices del ruido.
Si diseñar es un intento de engañar a la entropía², lo que ahora hacemos no la engaña: la engorda. Creamos más ruido, más flujos, más simulacros³.
¿Dónde se establece la pausa?
En un contexto donde todo fluye, la pausa es un gesto subversivo. Pero no en el sentido romántico de “detener el mundo”, sino en el contrasentido de crear un espacio intermedio dentro de tanto bamboleo.
Georges Didi-Huberman hablaba de los intervalos como lugares donde el pensamiento puede respirar⁴; esos espacios entre imágenes donde se abre una posibilidad crítica, un pequeño pliegue de consciencia.
Como diseñador podría entender esos intervalos no como silencios entre contenidos, sino como formas nuevas de atención.
No se trata de apagar la pantalla, sino de diseñar tu propio ritmo.
Las redes no van a desaparecer.
El problema no es su existencia, sino nuestra forma de estar en ellas.
Donna Haraway lo decía con su célebre “seguir con el problema”: no escapar del desastre, sino acompañarlo críticamente⁵. Tal vez el diseñador digital del presente sea un acompañante impertinente y alarmista.
Alguien que trabaja desde dentro del flujo, consciente de que detenerlo sería imposible, pero que aún así intenta modular su velocidad, proponer ritmos alternativos y respiraciones más humanas.
El diseñador, entonces, no debería aspirar a apagar las pantallas, sino a diseñar pausas que se sostengan dentro de ellas.
Pequeñas interrupciones en medio del ruido que no buscan provocar una revolución, sino simplemente ofrecer un instante de consciencia.
No me fío de nadie que publica con una cadencia sistémica, pero menos aún de quien reniega del mundo digital desde su torre donde nada le perturba.
Lo interesante es permanecer en esos movimientos donde la multitud empuja, en la bulla, y analizar lo que está pasando.
Diseñar no para frenar el mundo, sino para recordarnos que seguimos dentro de él.
En lo bueno y en lo malo.
Notas
- Vilém Flusser, Filosofía del diseño (1993). Flusser entendía el diseño como una forma de pensamiento tecnológico que, al crear herramientas, reconfigura la estructura mental de quien las usa.
- Idem. Para Flusser, el acto de diseñar era “engañar la entropía”, es decir, luchar contra el caos mediante configuraciones significativas.
- Fernando Castro Flórez, Elogio de la pereza. Notas para una estética del cansancio (2016). La idea de “simulacro” y “fatiga estética” apunta a la saturación visual contemporánea, donde la imagen deja de generar sentido.
- Georges Didi-Huberman, Lo que vemos, lo que nos mira (1997). Propone el intervalo como espacio de pensamiento crítico entre las imágenes; un tiempo que permite respirar entre estímulos.
- Donna Haraway, Staying with the Trouble (2016). Defiende la necesidad de permanecer dentro de los problemas del mundo contemporáneo para transformarlos desde dentro, en lugar de huir de ellos.